Toparse con un oso en la montaña es bastante improbable, pero no imposible. El incidente ocurrido hace una semana en el Pirineo francés, cuando un oso atacó a un cazador, que acabó matándolo de un disparo, o hace un año en el valle de Bardají, donde murió otro ejemplar, demuestran que, aunque el riesgo es ínfimo, puede producirse un desagradable encuentro porque de hecho el hombre y el animal salvaje comparten un mismo espacio.
Uno de los consejos habla de ser observadores prudentes, «y no aventureros imprudentes», es decir, no seguir huellas ni otros indicios, ni acercarse a las carroñas. «Si él nos evita, nosotros también», ya que el animal suele huir del contacto y con su excelente oído y sentido del olfato se aleja del lugar. Y más si va con crías, ha sido hostigado por perros o se le sorprende comiendo. «Lo ideal es retirarse despacio y sin hacer ruido».
Y es que en caso de un encuentro fortuito, conviene hacerse notar, pero sin aspavientos ni voces, en contra de la literatura que circula al respecto o de los mensajes equívocos que transmite el cine. «Hay que impedir que nos vea como un peligro, por lo que no se debe correr ni gritar, y mucho menos amenazarle y hacerle frente».
Los decálogos difundidos al respecto incluso detallan qué hacer cuando el oso ataca, «algo muy excepcional»: tumbarse boca abajo o en posición fetal, con la cara y la cabeza protegida con las manos y permanecer inmóvil.
Al contrario que los osos grizzlies americanos, los osos cantábricos o pirenaicos, y en general los osos europeos, no son agresivos, señala la Fundación. Después de muchos siglos de convivencia con las actividades humanas, han aprendido a evitar contactos con la gente y, con su excelente sentido del olfato y del oído, suelen detectar con bastante antelación el acercamiento de un caminante y se alejan discretamente del lugar, sin que en la mayor parte de los casos la persona llegue a darse cuenta. A su juicio, en los pocos ataques registrados, el factor desencadenante ha sido la presencia muy próxima o el comportamiento imprudente de los humanos, que motivó la respuesta defensiva del oso consistente en un ataque breve para hacer frente al peligro y una huida inmediata.