Los torrentes del deshielo cantan por las laderas de Somiedo y en el verde humedecido del paisaje, el sol de abril se afana en destacar las flores amarillas de la xiniesta (escoba) y las blancas de los cerezos silvestres. Entre los riscos de caliza, el calendario de la naturaleza también ha llegado a las oseras donde los ejemplares más madrugadores de esta especie totémica comienzan a salir de su letargo invernal para reponer fuerzas y cumplir su cita con el nuevo ciclo de la vida. Cada primavera se repite este lento y perceptible despertar como un símbolo real del que experimenta su población, a punto de extinguirse a comienzos de los años 90 y que en tres décadas ha conseguido cuadruplicar su número, pasando de los menos de 80 ejemplares estimados entonces a una cifra que hoy ronda los 330: unos 280 en el núcleo occidental y alrededor de 50 en el oriental de la cordillera Cantábrica. El otro hito esperanzador es que ambas subpoblaciones han contactado y hay ya un caso de intercambio genético.
«Los datos siguen situando a la especie en peligro crítico, pero miramos al futuro con esperanza. Hay una clara recuperación», aseguran desde la Fundación Oso Pardo, una de las entidades, que junto a la Fundación Oso de Asturias, llevan trabajando en las últimas décadas por la conservación de la especie. Los cómputos de la organización naturalista, basados en el número de hembras con crías localizadas cada año, arrojan una evolución positiva notable desde los apenas 6 ejemplares de 1989 a los 38 (con 64 crías) del último censo en 2018. Son estimaciones a la baja, ya que se cuentan solo las madres localizadas en las observaciones de los guardas de la FOP. En la actualidad está a punto de ver la luz el primer censo genético que podría dar unos datos más ajustados a la realidad.
Marcos Simón es responsable de la Patrulla Oso en el Parque Natural de Somiedo. Trabaja en ella desde hace doce años realizando seguimientos de cada ciclo estacional. El abandono de la hibernación muestra la salida de las madres con las oseznas paridas en su refugio y el periodo de celo en que se aparean con los machos. «Nuestro objetivo ahora son las hembras con crías para obtener la media entre las que había y las que hay. Los ‘esbardos’ (cachorros) nacen en enero y están con la madre hasta la primavera siguiente», explica. Las osas protegen la camada en sus primeros meses de vida y los primeros que aparecen son los machos. «Todos los que he visto este año lo son. Las hembras salen poco y las crías apenas se mueven», revela el guarda ante un indicio del paso de un oso macho por la zona boscosa en la que lo acompañamos. En la corteza de una encina ha dejado las marcas de sus garras y colmillos, la firma de su sexo y aviso para posibles rivales: unos pelos incrustados en el tronco.
La observación de zonas donde fueron avistados ejemplares otras primaveras ocupa la jornada de patrullaje de Simón. Por el camino, nuevos indicios como un excremento, dan otros datos como tamaño aproximado y su alimentación: «Se ven hierbas y carroña, lo propio en primavera. Ya en junio hay cerezas y entrado el verano arándanos, higos o avellanas. En otoño para la hibernación ingieren frutos secos del bosque para acumular proteínas y grasas». Al despertar «salen aturdidos y débiles, como los vemos estos días», detalla el guarda.
Romain Guerin, diseñador gráfico y fotógrafo de Avignon, es otro testigo del milagro del oso. Llegó hace tres años a Somiedo atraído por la posibilidad de ver un ejemplar en su hábitat y aquí ha ido creciendo su proyecto artístico: un libro de fotografías y el documental ‘Mi vecino el oso cantábrico’: «Vine para cinco meses y se me van los días volando», afirma, convertido él ya también en vecino. Desde su piso en La Pola observa y fotografía en una cumbre cercana a Clarita, un ejemplar joven al que veía el año pasado con su madre en la zona. Tras los miles de imágenes que ha ido atesorando hay horas o meses de espera y acercamiento: «Es vivir con ellos y casi como un oso, porque he tenido que adaptarme a su ritmo vital, incluso ir orinando en el monte para que se acostumbren a mi olor. No busco fotos bonitas sino la historia que hay, su intimidad y su entorno sin molestar, porque aquí el oso es un símbolo pero también un vecino». En noviembre pasado, logró filmar a una hembra reuniendo su encame en una osera y hace unas noches, Clarita, le regalaba más de una hora trajinando bajo un claro de luna. La evolución positiva de la especie en la cordillera le parece a Guerin «un ejemplo de la conservación de la biodiversidad y que las medidas funcionan».
La recuperación del oso cantábrico es, para la FOP, «un éxito coral, no solo de las organizaciones conservacionistas y de las administraciones, también de la pedagogía en la población ya consciente de su valor como especie y como vector económico en Asturias», aunque recuerda que «sigue en peligro de extinción».
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