Un grupo de espeleólogos de Castellón lo ha vuelto a hacer. En una de sus salidas habituales para practicar esta especialidad entre deportiva y científica por pura afición, han realizado un relevante hallazgo: han identificado las huellas de un oso pardo (ursus arctos arctos) en el interior de una cavidad de Aín. La importancia del descubrimiento estriba en que, como es sabido, esta especie ya no existe en los montes de la Serra d’Espadà y, por posteriores investigaciones, se estimaría que podrían tener al menos 1.000 años, lo que acreditaría que estos osos habitaron la provincia, aunque acabaron desapareciendo.
La expedición que obtuvo estos resultados se produjo el 28 de agosto en la Cova del Molí de Dalt de Aín. En ella participaron tres personas, que tenían como objetivo, precisamente, «medir y fotografiar unos arañazos que hay en las paredes parecidos a los que provocarían las garras de un oso», dado que ya las habían observadas en incursiones anteriores, como detalla Héctor Cardona, uno de los espeleólogos, perteneciente al club de la Vall d’Uixó.
El equipo documentó gráficamente cada una de esas huellas y realizó un pequeño informe de lo observado que trasladaron a Rafael Martínez, arqueólogo especializado en fauna antigua del Institut Valencià de Conservació, Restauració i Investigació (IVCR+i). Tras estudiar el material, les confirmó que «son huellas de oso, en concreto del oso pardo europeo».
Antes de este análisis, llegó a apuntarse la posibilidad de que se tratara de una evidencia de la presencia de un oso prehistórico de las cavernas (ursus spelaeus), por el hecho de hallarse en el interior de la cueva. Como explican, en ese caso se trataba de un animal «mucho más grande y que solo estuvo presente en el norte de la península en la última glaciación». Aunque demostrarlo habría tenido una trascendencia científica sin precedentes en la zona, esa posibilidad fue descartada por el especialista.
Explica Cardona que «aunque la cueva tiene múltiples marcas, hemos documentado diez garras completas, en las que se ven las huellas paralelas de cuatro uñas –la quinta, parece ser que no deja marca– con anchuras variables de entre 5,5 y 8 centímetros aproximadamente, lo que sería el tamaño de una mano humana». El zarpazo más alta se encuentra a 1,7 metros del suelo de la cueva, afirma el espeleólogo.
Lo cierto es que, tras estudiar al detalle el contexto y las características del descubrimiento, afirman que «resulta imposible determinar su antigüedad» con exactitud, pero las estimaciones que realizan los especialistas es que «son de hace más de 1.000 años, porque la boca de la cueva se ve desde el cercano castillo islámico de Benalí (Aín) y on parece lógico que los osos se escondieran tan cerca de las personas». Otro de los argumentos de peso para datar su origen es la documentación histórica que apunta a que «no se conocen citas de osos por Espadán desde la conquista cristiana».
En la actualidad, según certifica la Fundación Oso Pardo, en España solo pueden encontrarse ejemplares de esta especie en los montes de Cantabria, Astuarias, Castilla y León –más concretamente en las provincias de León y Palencia– y de manera más testimonial en Lugo (Galicia), donde desde la década de los 90 han logrado estabilizar su población, que estaba en preocupante decadencia hasta ese momento.